La sintonía empieza en la empatía.

Ser capaz de captar rápidamente las señales emocionales en el deporte, resulta especialmente importante en aquellas situaciones en las que el deportista tiene motivos para ocultar sus sentimientos, como ocurre cada día y el entrenador, colaborador o dirigente, necesita decodificar esa información que genera silencios y climas de incertidumbre. La esencia de la empatía consiste en darse cuenta de lo que sienten los demás sin necesidad de que lleguen a decírnoslo.
Porque, aunque los deportistas o colaboradores pocas veces nos expresen verbalmente lo que sienten, a pesar de todo están manifestándolo continuamente con su lenguaje corporal: tono de voz, su expresión facial y otros canales de expresión no verbal. Y la capacidad de captar estas formas sutiles de comunicación exige que el entrenador, colaboradores, dirigentes y los propios deportistas, desarrollen sus competencias emocionales básicas principalmente la conciencia de uno mismo y el autocontrol.
Sin la capacidad de darnos cuenta de nuestros propios sentimientos —o de impedir que no os desborden— jamás podremos llegar a establecer contacto con el estado de ánimo de otras personas. La empatía es nuestro radar social.
En el deporte, la ausencia de sensibilidad, hace que todos los protagonistas en el escenario deportivo estén “desconectados”. Las personas emocionalmente sordas también son socialmente torpes, se equivocan al interpretar erróneamente los sentimientos de los demás o lo hacen de un modo tan automático, desconectado e indiferente que hace imposible que la relación interna de todos pueda ser armoniosa y útil para el funcionamiento de los equipos y su dinámica interna.
La empatía asume diferentes grados que van desde la capacidad de captar e interpretar adecuadamente las emociones ajenas hasta percibir y responder a sus preocupaciones o sentimientos inexpresivos y comprender los problemas que se ocultan detrás de otros sentimientos, incluso la conexión de nuestra psicofisiología.
Cuando las personas empatizan, ocurre algo fisiológicamente muy curioso, ya que el cuerpo de uno imita al del otro. Este tipo de sincronización nos obliga a dejar de lado nuestros asuntos emocionales para poder percibir con claridad las señales emitidas por los demás. Cuando estamos atrapados en nuestras propias emociones permanecemos en un mundo fisiológico impenetrable a las señales sutiles que hacen posible la relación.

El requisito previo de la empatía es la conciencia de uno mismo, la capacidad de registrar las señales viscerales procedentes de nuestro propio cuerpo. Los asesores más eficaces y empáticos —y, de hecho, todos aquéllos que trabajen en empleos que requieran empatía, como la educación, las ventas y la gestión de empresas— son muy diestros en el arte de sintonizar con las señales emocionales de su propio cuerpo.
El fin último de un entrenador es ser inteligente, y al igual que los futbolistas, debe poner “esa Inteligencia que se le presupone” y no que realmente posea, al servicio del contexto donde se desempeña como profesional, toda la habilidad y capacidad para conseguir que cada uno de los integrantes del equipo se mueva hacia los objetivos que se pretenden alcanzar. Si una persona – Humana – pero persona al fin y al cabo se mueve por las creencias y valores aprendidos durante su vida, es normal que si estas creencias no son iguales a las de cada uno de los futbolistas, cuerpo técnico y directiva, al entrenador le costará tremendo trabajo poder movilizar las necesidades y motivos personales hacia el planteamiento que tiene en su cabeza.
¿Para qué trabajar la inteligencia emocional? En función del ROL en el deporte, pero para el entrenador o asistente del staff, Liderar con eficacia, tener como objetivo y Centro de Atención atraer a cada uno del equipo al mundo y realidad que vive el técnico, aunque no sea la verdad absoluta, y respetando por encima de todo las creencias y valores de cada uno de los que están a su cargo.
El entrenador debe entender que ha de ganarse el derecho a influir en el equipo y el derecho a movilizarles para que le sigan. Construir argumentos para persuadir, que en definitiva es lograr que cada uno de ellos juegue como entiende el técnico que debe hacerlo, es en definitiva un argumento válido para que cada uno elija si quiere entrar o no en la cabeza y alma del otro.
Una filosofía para entrenar es saber plantear mediante metas de rendimiento individual, un entrenamiento personalizado para que cada uno de los deportistas se sienta una pieza importante del entramado puzle deportivo. Ser consciente que los deportistas se divierten cuando consiguen ser eficaces, proveer de asistencias al juego, realizar pases eficaces en el momento adecuado, centrar casi con ángulo matemático, para todo ello, dos de las necesidades más importantes que hay que movilizar hacia el juego colectivo, son la necesidad de divertirse y la necesidad de sentirse útil en el equipo.
Obvio que cuándo los deportistas se divierten, asumen mejor los retos y con calidad, se entusiasman, se sienten estimulados y concentrados, es decir, expresan sentimientos de placer, satisfacción y entusiasmo. Y además, si conectamos a nivel emocional con ellos, se sentirán competentes, valiosos y seguros de sí mismos.

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